DIARIO DE UNA JOVEN ASESINA
Era su librito de apuntes diarios, apuntes que iba haciendo,
cada día, una joven de catorce años de edad. ¿Qué cosas podría escribir en ese
diario? Cosas juveniles: impresiones de muchachos, actividades de colegio,
paseos, fiestas.
Pero un día, justamente el primero de enero, la joven
escribió: «Querido diario: Es principio de año, y ya no aguanto más. Tengo que
quitarme de encima una carga que ya no puedo llevar. Yo maté a mi hermanita.»
El diario sigue narrando: «Fui hasta su cuarto y le dije que
la quería mucho. Cubrí, entonces, su boca, y la sofoqué. Tú, mi querido diario,
eres a quien primero le cuento. Gracias. Ahora me siento mejor.»
Ya hacía cinco meses que esta adolescente había matado a su
hermanita de cuatro años de edad. Cuando hallaron el cuerpo de la chiquita, el
médico forense determinó que era «muerte por asfixia traumática». La
investigación no produjo ningún resultado. Pero sucedió que los padres de la
hija mayor descubrieron su diario.
Por más que queramos callar la voz de nuestra conciencia, no
podemos. Tarde o temprano su grito se oirá.
¿Qué está pasando en los hogares, en las familias, en los
adolescentes? Esta joven no carecía de nada. Tenía buenos padres, buena casa,
buen colegio, buenos amigos, buena ropa, buen calzado, buenas cosas. ¿Por qué,
de un modo sorpresivo y brutal, mató a su hermanita?
En parte tiene que ver con la violencia que los adolescentes
ven en la televisión, la cual se va acumulando en su psiquis. Cuando ésta se
llena a más no poder, el adolescente no tarda en poner en práctica más de
alguna de esas cosas.
Tampoco se descarta la posibilidad de los contactos con
sectas extrañas. Lo que padres incautamente podrán llamar «chifladuras de
adolescentes» puede que sean relaciones, incluso satánicas, cosa que está más
extendida de lo que parece.
La fuerza moral más potente del mundo está en Jesucristo. Si
nosotros, como padres, descuidamos nuestra propia vida espiritual, con eso
dirigimos a nuestros hijos por el camino de la perdición.
Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida. Tanto nosotros
como nuestros hijos necesitamos ese poder. Sólo Cristo nos pone a salvo de toda
fuerza maligna. Él desea ser nuestro Señor. Coronémoslo Rey de nuestra vida hoy
mismo.